domingo, 12 de septiembre de 2010

los Vendedores de Prensa (Cartagena)


Un gremio asociado a la fuerza con las empresas periodísticas es el de los vendedores de prensa. En Cartagena, en más de medio siglo desde Sebastián Vargas a Miguel Manzanares, pasando por Francisco Alcaraz o por la familia Pagán, han trabajado en la calle, ambulantes o en el quiosco fijo, vendiendo papel impreso con noticias, interesantes o de baja intensidad. Light o con picante.
En este sector hizo historia la empresa familiar de Juan Campos de Miguel, oficina de administración y distribución, en la plaza de San Francisco, en un bajo fronterizo con el Bar Correo y compartiendo la entrada con el relojero Carmelo, con los pilares de los hijos de don Juan, Angelita y su esposo José de la Llana, y Cari, más la ayuda de un muy joven Pepe Blázquez (Pepito) desde los primeros tiempos, en los años 50 hacia los 60. Décadas posteriores la empresa se trasladó a unos amplios bajos en plaza Poeta Pelayo.
El gremio ha funcionado bastante bien, a su manera y con peculiaridades que no alteran su vocación de servicio. Cuando el sector comenzó a ser sólido, Campos de Miguel, que había llegado desde Madrid, pretendió organizarlo como grupo pero no pudo. Y con el paso de los años llegó a constituirse como asociación por sus medios.
Hoy los quioscos están felizmente inundados -¿o no?- de multitud de publicaciones. Hasta las de otros países llegan a diario para satisfacer a los guiris ávidos de lectura. Pero en la década de los 50 y 60 la oferta eran habas contadas: 'La Verdad', 'Línea' y el vespertino 'El Noticiero de Cartagena', de la familia Carreño, más la 'Hoja del Lunes', y desde Madrid llegaban «de un día para otro», 'Arriba', 'Ya', 'Pueblo', 'Marca', '7 Fechas', 'Madrid', 'As', y desde Barcelona, 'La Vanguardia'. Con el paso del tiempo la prensa llegaba a destino en el día, por carretera, y así los lectores pudieron estar al loro de lo que pasaba. Obviamente aún no se habían inventado los telediarios. Todas las cuentas en la oficina se hacían a mano o con la rancia calculadora a pilas hasta que llegó la informática y ahí a Ángela la pillaron en fuera de juego. Pepito y Andrés, quien después sería su yerno y padre de sus nietos, tomaron protagonismo en ese campo.
Vargas en el recuerdo
De los intrépidos y emblemáticos vendedores de prensa de la época destacaba Vargas, boina a la cabeza, que pisaba la calle de buena mañana con su carga de cientos de periódicos amarrados con una correa. Era un asiduo del dominó en La Uva Jumillana. Se situaba en la calle Mayor, en la puerta de la farmacia de Manuel Malo de Molina, y no paraba. De vez en cuando pasaban por allí las jefas, las hermanas Campos, Angelita y Cari, e interrumpían la venta callejera de Vargas para una breve y reparadora invitación en el cercano bar Nido, en calle Comedias. «Vargas no se cortaba y siempre pedía en la barra de mármol 'un Carlos' (coñac Carlos III, de los más caros) y nosotras a lo sumo una empanadilla y alguna caña», refiere Angelita, toda una vida distribuyendo papel prensa, controlando devoluciones, cobros y pagos y todo el trajín al uso diario, con capacidad para mandar. Por una comisión del 5% de las ventas, en tanto el vendedor se llevaba el 15%.
A la altura del recordado Vargas estaba Miguel Manzanares, en uno de los dos quioscos de la plaza de La Merced (El Lago), frente al Palacio de Aguirre. Miguel, de gran humanidad y muy campechano, activaba el cuenta kilómetros de sus piernas y comenzaba a pisar el adoquinado vendiendo prensa. Otros autónomos de la venta de periódicos eran Angosto, en calle San Fernando; Pedro Martínez, en lo que hoy es plaza del Icue; Pepe Sánchez, en calle Santa Florentina, negocio que después llegó a manos del ex futbolista Paco Pérez Trujillo, ya jubilado en su retiro de Santa Ana.
Un vendedor apellidado Barón manejaba un carrito para transportar los ejemplares en venta ambulatoria, y Antonio Bocos dominada en la avenida de América, en la que mandaban los humos de la fábrica de Productos Químicos con el anhídrido sulfuro achuchando y los clientes hasta se tenían que tapar la boca para no tragar SO2.
Imposible que pueda quedar en el tintero la familia Pagán, de larga tradición en la glorieta de San Francisco, plaza en la que funcionaron cuatro quioscos, uno por esquina. Isabelita y su marido Paco, cuñado de Fulgencio Pagán, trabajaron muchos años el legado de sus padres. También disponían de un pequeñísimo local en calle Comedias, apenas un mostrador cetrrado por unos tablones, frente al Teatro Principal. Y, ¿qué decir de Plácida, en Puertas de Murcia, o de su hija Teresa; o de Pepe, hijo de Plácida, en El Lago, ya mirando al Cine Central. Otro profesional del ramo con carisma fue Francisco Alcaraz, en la Serreta, cuya empresa sigue en manos de la familia. Una sobrina de Alcaraz se instaló en la esquina de calle Gisbert con la del Duque y hasta hace poco han funcionado en la plaza de la Inmaculada.
También meto en el saco de los recuerdos a Gomariz, en una entrada de la calle Mayor, frente al desaparecido bar Mastia, y después en la misma calle pero frente a la iglesia de Santo Domingo y en local a propósito, con la alternativa dada a su hijo Pedro, quien continúa. Cánovas, asimismo, trabajó en Puertas de Murcia, y si me dirijo a los barrios citaré algunos puntales como Antonio Cayuela, en el de Peral, y Mari Carmen; en Santa Lucía, Miguel, y en Los Dolores, José Antonio Lara.
Una vez Emilio Romero, reputado periodista, director de 'Pueblo' y político en las Cortes, vino a Cartagena en viaje relámpago, se acercó al quiosco de Miguel, en El Lago, y le pidió de incógnito un ejemplar del diario 'Pueblo', que le fue vendido con este consejo gratuito: «Mire usted, se lo vendo porque me cae bien, pero desde que Alfonso Navalón escribe de toros este periódico está gafado y en dos semanas se me han dado de baja ocho suscritos». Emilio Romero se quedó de piedra.

http://www.laverdad.es/murcia/v/20100912/cartagena/vendedores-prensa-20100912.html

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