miércoles, 12 de septiembre de 2007

Es de agradecer el reconocimiento ajeno


Les confieso a ustedes sin rubor que tengo en mayor estima al noble oficio de kiosquero que al de eso que a veces interpretamos, sin serlo, como librero, en tanto que el kiosquero sabe perfectamente que él sí que es un tendero de la prensa en color y blanco y negro y cuida su puestecillo con ese amor y ese orden con que el pescadero o el frutero despliegan ante nosotros la cara más apetecible de su mercancía. El kiosquero (y la kiosquera, pero discúlpenme ustedes si utilizo el masculino gramatical y no eso que ahora nos quieren imponer, lo políticamente correct@, que le pega tres patadas a esto de la economía al escribir), en estos tiempos en que el pan ya viene precocinado y congelado y sólo hace falta darle vuelta y vuelta en el horno de la esquina para que te lo comas antes de que se ponga bofo un par de horas más tarde, es el que primero se levanta y abre el chiringuito de todo el barrio. A las siete de la mañana ya está el hombre (o la mujer, insisto) allí de pie como un clavo, colocando los periódicos y las revistas, desesperándose si algún título de la prensa nacional se retrasa o si las ofertas de promoción de la cosa llegan tarde o no en la cantidad demandada. Se sabe quizá no los nombres de todos los que somos sus clientes, pero sí sus preferencias, y lleva mentalmente la cuenta de los títulos diarios, semanales y mensuales de lo que compramos, y de lo que se nos olvida comprar (o, por eso de las prisas, compramos algún día en otro lado), y de lo que podría interesarnos, y a veces recorta por nosotros los cupones o nos vende de tapadillo el deuvedé o el cedé que nos interesa sin que tengamos que apoquinar también un periódico extraño que tiramos en seguida en la papelera más cercana. Y súmenle ustedes las horas de pasarte la vida dentro de una garita, rodeado de papeles y de cartones y de plásticos, al frío cuando hace frío y torraditos de calor cuando casi siempre, complementando la labor de difusor mediático con la de colaborador inconsciente de los dentistas y dietéticos infantiles con la venta de chucherías, papasfritas y golosinas, o las estampas de la liga que ya los ansiosos no compran por sobres, sino por cajas. En septiembre es cuando la profesión de kiosquero se convierte, más que nunca, en oficio de titanes. Por si no tenían suficiente con el trasiego diario o semanal de papeles y títulos calcados de los que hay que llevar la cuenta y reponer y devolver en caso de que no hayan encontrado perrito que les ladre, llega este mes donde todos volvemos al trabajo y al kiosquero el trabajo se le multiplica con la invasión de las chorradas, y si al principio fueron los fascículos y luego los libros en rústica (aquel movimiento absurdo de nuestras editoriales que acabó con la venta del libro de bolsillo durante casi una década), ahora ya ven ustedes la que les ha caído encima a los pobres, que más que kioscos de prensa parecen sucursales en pequeñito de un todo a cien del surrealismo: maquetas de barcos y aviones, cuerpos humanos, muchísimos coches, perfumes, vasitos, soldaditos de plomo, muñecas de todo tipo y condición, mapas mundi, motos, colecciones de discos, deuvedés, las obras completas de Stephen King y ahora también (¡sapristi!) las de César Vidal et anonymous friends, collaritos, todo lo egipiciamente falso imaginable, y hasta un dinosaurio que ir completando poco a poco como si nos hubiéramos escapado de una peli de Steven Spielberg. Una locura que además viene presentada en ostentosos cartones que nadie quiere y que se les deja además allí para que el hombre (o la mujer) se encargue de reciclarlo por nosotros, y que les come el espacio y hace imposible abarcar todo lo que se oferta. Dicen que la única ventaja es que todas estas tonterías no suelen pasar de la primera entrega, con lo que les deja el espacio libre pronto, menos mal, para las promociones de los periódicos, que también piden su sitio y algunas hasta se rompen. En fin, que un reconocimiento a su labor no viene mal de vez en cuando, digo yo. Con el fiasco que está siendo este año el invento de los cheques-libro, ni me extrañaría que en el futuro también les encargaran eso a ellos. (Publicado en La Voz de Cádiz el 10-09-07)

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